historias de esperanza

Sofi, 26

Durante mucho tiempo me sentí perdida, como si algo estuviera mal conmigo. Ese estado emocional fue y vino por quizá años, unas veces más fuertes que otras. Desde mi infancia hasta el inicio de mi adultez me sucedieron ciertas cosas en las que no voy a ahondar, pero no fueron muy buenas. Mi 4to año de universidad toqué fondo, sentía como si una nube negra estuviera sobre mi cabeza todo el tiempo, y el resto tenían puros solecitos. No podía si quiera mentir diciendo que estaba bien. Ahí fue cuando mis pensamientos sobre el suicidio se hicieron más presentes.

Sin embargo, no queria hacerme daño, solo quería que ese dolor, esa tristeza que sentía se fueran, yo quería estar bien, necesitaba estar bien, me convertí en un ser oscuro, a veces pensaba ¿por qué hago tanto drama? ¿Por qué no puedo ser de otra manera? ¿Por qué tengo que ser así? Me sentía mala hija, mala amiga, mala hermana, sentía que ya nadie quería estar conmigo.

Hasta que un día decidí por fin buscar ayuda, y fue la mejor desición que tomé en mi vida, mi primera psicóloga prendió el foquito para que yo pudiera ver un poco de claridad: no era mala persona, no era mala hija o mala amiga, estaba deprimida, con estrés y ansiedad. Esa primera sesión, me salvó la vida. Desde ese momento tomé la terapia como algo primordial en mi vida, tomé las riendas de mi salud mental, y con ello de mi vida, salí adelante, pero porque yo quería hacerlo. De mi primera sesión han pasado ya más de 2 años.

Hoy tengo otra psicóloga, ya no tengo malos pensamientos, me volví una mujer más fuerte y positiva, tengo otra energía, hoy ya puedo decir que estoy bien, aprendí a manejar el estrés y los momentos de ansiedad y cuando algunas veces me siento triste, cuando la luz se vuelve un poco tenue, hoy ya sé que no será permanente y la luz volverá a brillar.

Anónimo, 26

Es difícil contar esto porque es algo que nadie sabe. Nadie ni siquiera se dio cuenta de que pasé por esto, pero cuando tenía 19 años intenté [quitarme la vida, pero no tuve éxito con el método que elegí]. Por culpa de eso [tuve secuelas] pero [mentí sobre su origen].
En ese momento estaba muy deprimida. Estuve en una relación demasiado tóxica y abusiva desde los 17 años, los celos de él eran enfermos y yo también le celaba y hoy me avergüenzo de cómo me comporté. Era tan tóxico que yo perdí a todos mis amigos, les dejé de lado porque a él no le gustaba, hablaba mal de mis amigos hombres, decía que solo querían aprovecharse de mí y a mis amigas mujeres les trataba de bandidas y las peores palabras que se puedan imaginar, decía que si yo me juntaba con ellas era porque también yo era una puta y para qué él iba a estar conmigo así.
Con todo eso yo terminé aislada y lo peor de todo… después él fue el que me puso los cuernos con una chica de la que siempre hablaba pestes y a la que según él era la peor bandida de la ciudad. Con ella me engañó y cuando terminamos a la semana se pusieron de novios y yo me enteré.
Ahí fue que me sentí la peor basura, usada, tirada, encima estaba sola, no le tenía a nadie porque hasta con mi familia me llegué a pelear por él. Sentí que arruiné mi vida al darle todo y tenía vergüenza porque me enteré que la chica se burlaba de mí con sus amigos y él también decía que yo era una loca.
Ahí fue que decidí terminar con todo pero como ya conté, no funcionó. Me sentía la más estúpida e inservible porque ni siquiera para matarme lo podía hacer bien. Pero bueno hoy sinceramente me alegro de que no haya pasado, porque me di cuenta de que ese momento fue solo eso… un momento de muchos otros que vinieron y que me mostraron que la vida está llena de sorpresas y oportunidades. Aprendí que se puede volver a amar y a confiar por más que te rompan el corazón en mil pedazos. Aprendí que nunca se debe dejar de lado a tus amigos y a tu familia por una persona, porque si alguien te quiere de verdad, va a estar feliz de verte con personas que te hacen bien y te ayudan a brillar. Aprendí que mi vida vale muchísimo, mucho más que lo que esa persona que tanto me lastimó me hizo creer. Hoy estoy en una relación hermosa que me ayudó a sanar y estamos esperando a nuestro bebé con tanto amor. Pensar que casi me quité la oportunidad de vivir todo esto me da muchísima pena y por más que es una parte de mi vida que preferiría olvidarme, estoy escribiendo esto para que otras personas también se permitan seguir adelante. Sé que parece que ya no hay salida pero no es así. Date la oportunidad de continuar y ver qué pasa. Y ojalaa la vida te sorprenda tanto como a mí

Anónimo, 24

Siempre fui una persona muy soñadora y, desde muy pequeña, definí los sueños que quería para mi vida: tanto los logros como la persona que soñaba ser. Me esforcé muchísimo por llegar a ser esa persona que anhelaba: una buena persona, amable, con valores. Además de eso, me empeñé en forjar una personalidad que me identificara: una chica fuerte, independiente, capaz de lograr cualquier cosa que se propusiera, que pudiera tachar todos los “no” que se le presentaran escribiendo encima de ellos un “sí”, incansable y capaz de levantarse de todas las caídas con orgullo y esa sonrisa que siempre fue su mayor virtud.

Aunque los problemas en casa siempre me bajaban de mi nube, intenté seguir adelante, hacer oídos sordos y convencerme de que podía lograrlo todo y más. Pero los problemas me superaban. Mientras trataba de construir la vida que anhelaba, también quería que mi hogar reflejara esa visión, hasta que ya no pude más y decidí irme.

Ahora pienso que, si hubiera sabido todo lo que iba a pasar al irme, tal vez lo hubiera reconsiderado. Pero, ¿cómo lo hubiera sabido? Siempre que pienso en eso, me justifico con que fue lo mejor que pude hacer por mi comodidad en ese momento y, bueno, fue lo que había.

Me fui de mi casa para vivir con una pareja. La oportunidad de huir de ese ambiente, junto con otras ventajas que en ese momento me parecían provechosas, hacían que esa fuera “la mejor decisión”. Ya no tenía que viajar para la facu, así que no gastaba en pasajes, todo el ambiente universitario me quedaba cerca, y no tenía dinero para irme a vivir sola. Obviamente, al principio todo era lindo, pero mi error fue hacer las cosas tan rápido con una persona que apenas conocía, y que casi terminó matándome…

Salir con mis amigas, ir a bailar —algo que tanto me encanta—, arreglarme, usar ropa que me gustaba y me hacía sentir linda, tener amigos varones, incluso si ya los tenía desde hacía años, dejar mi celular para estudiar o trabajar sin responder mensajes, subir una foto mía, hablar con mis compañeros de la facultad, y mucho más… Todo eso dejó de ser una opción cuando tomé esa decisión. Pero lo aguantaba, lo callaba y me lo bancaba porque era la “comodidad” que necesitaba en ese momento, hasta que comenzó lo peor: la violencia.

Tantos moretones que ocultar, y los que no se podían ocultar cuando iba a visitar a mi mamá los cubría con un “me caí”. Dolores en el cuerpo por los apretones y empujones, ojos hinchados de tanto llorar, ojeras azules de no dormir en toda la noche por discutir, y al otro día tener que ir a trabajar y estudiar. Tantas faltas de respeto, tanto miedo, tanta manipulación… pero lo aguantaba, lo callaba y me lo bancaba por la supuesta “comodidad”.

Y pasó lo peor, lo que juré que nunca me iba a pasar: me embaracé. Mi mundo ya se estaba desmoronando, y eso fue el último golpe para que cayera completamente. En ese momento no dudé en tomar la decisión por mí, porque no quería traer a alguien al mundo con un padre así. No seguí con el embarazo. Recibí reclamos por no considerar su opinión, pero ya no me importaba, y fue la mejor decisión. Temblando y llorando, aborté sola, y nunca me sentí tan sola y con tanto miedo en mi vida.

Todo ese infierno siguió y siguió, hasta que los golpes y maltratos ya eran inaguantables. Ya no conciliaba el sueño, no podía ni mirarme al espejo y ya no podía más. Estaba tan decepcionada de mí misma. Toda esa personalidad independiente, empoderada y valiente que me había esforzado tanto por construir, la tiré a la basura. Tantas veces me replanteé salir de ese lugar, pero no podía. Tenía vergüenza de contar todo lo que había dejado que me hicieran, miedo de no poder sola, de no tener un lugar a dónde ir, de no ser comprendida.
Estaba en un lugar que cada vez me oscurecía más, sin poder salir. Tenía miedo hasta de estar ahí, y ya mis sueños, logros y metas que más anhelaba como mi carrera se desvanecían porque no podía con ellos, no podía seguir luchando.
Los pensamientos de terminar con todo cada vez eran más fuertes. Incontables veces [contemplaba la posibilidad] pensando en cómo hacerlo, pero no me animaba, investigaba opciones y luego las descartaba. Tantas veces me encerraba adormir en el baño deseando no despertar y que todo terminara de una forma más fácil, sin tener que (…) dar el paso de acabar con todo. Empecé a lastimarme y ni siquiera sabía por qué. (…) Me levantaba todos los días pensando que había arruinado la vida que quise construir y que ya no había vuelta atrás. Mi peor error fue no pedir ayuda, excluir a todos y callar, por miedo, por vergüenza.

Finalmente, una noche de peleas y golpes que duró hasta la mañana y que casi me deja inconsciente, decidí pedir auxilio. No sé cómo me animé; lo hice sin pensarlo, pero lo hice. Salí de ahí, pedí apoyo a mis personas cercanas y no podían creer que yo, “alguien tan independiente”, estuviera pasando por eso.

Por mucho tiempo me seguí sintiendo igual: que me había fallado y, aunque seguía viva, prefería estar muerta porque ya había fallado en la vida. Todo lo que más soñé ser lo había tirado, y no sabía cómo reconstruirlo. Pero ese fue mi mayor error: no perdonarme a mí misma.

Solo seguí, sin ganas, sin fuerzas, pero seguí. Luego de años de sentirme apoyada por mis amigas y amigos —sin ellos tener idea de este proceso horroroso, solo del final— empecé a lograr cosas por mí misma que me hacían sentir feliz y orgullosa de nuevo.

Pequeños logros, uno tras otro, que me volvían a confirmar que yo seguía siendo esa chica que brillaba en el fondo. Fueron el motor de arranque para encontrarme más plena que nunca y no parar de seguir escalando, siempre eligiéndome, puliendo a esa persona que siempre quise ser, recordando que una vez, por descuido, dejé de creer que podía serla. Pero hoy conseguí todo lo que me propuse y logré cosas que ni siquiera me llegué a imaginar, y aún falta mucho más por dar.

Hacer cosas que te hagan sentir orgullosa de ti misma te salva la vida.

Otra cosa que también me hizo muy bien fue contarlo, y más cuando el relato servía de reflexión para personas que pasaban por lo mismo porque la verdad que no le deseaba eso a nadie (…).

Hoy creo que lo más importante es rodearte de círculos de confianza que te puedan salvar. Tal vez no impidan que pases por lo que tengas que pasar, pero te dan esa mínima fortaleza que necesitás para darte cuenta de lo que valés. Y cuando te falte un pilar porque ya te derrumbaste por completo, esas personas que nunca dejaron de verte por lo que sos, no por lo que pasaste, te ayudan a recordar que sos mucho, que siempre te esforzaste por ser mucho y que, para esas personas, sos luz y nunca vas a dejar de serlo.

Insi, 42

Estaba empezando la facultad y me sentía muy insegura para iniciar nuevas relaciones en ese entorno. Me sentía perdida. Mis compañeras de colegio empezaban a dispersarse en varios grupos y yo seguía queriendo apegarme al pasado.

Un sábado de noche tomé la decisión de [intentar quitarme la vida]. [Pasé por las consecuencias del intento, pero sobreviví].

Después fui transitando diferentes momentos: mucha ansiedad social, sufrí mucho. En ese proceso siempre buscaba aprender de las situaciones, preguntándome por qué pasaba lo que pasaba. Y así fui conociéndome y aceptándome. Fue un proceso bastante largo en donde busqué varios recursos psicológicos, espirituales y médicos para estar bien. Todo eso me hizo bastante fuerte.

Nunca me voy a olvidar lo que me dijo una psicóloga. Le dije que pensaba en eso del suicidio y me dijo: “¿Y eso no sería el fracaso total?”. Y así, bueno, después seguí con mil quinientos fracasos y solía pensar qué diría la gente si llegaba a [quitarme la vida]. Me daba tanta pena dar pena.

Muchas veces me deprimía por conflictos familiares y por personas que me hacían daño, y pensaba que si me [quitaba la vida] por culpa de esas personas ellos estarían ganando.

También me ayudó bastante lo espiritual. Creo en Dios, soy católica. […] Aunque muchas veces le pedía a Dios pareja, casarme, hijos, trabajo, esa “vida feliz, perfecta y normal” que algunos tienen y que a mí no me llegaba, seguía creyendo que si me suicidaba no iba a ver lo que Dios podía lograr en mi vida.

Ahora mi vida cambió respecto a la persona que era en esos años. Y me doy gracias por haberme querido, haberme amado más que nadie y haber creído en mí. Haber luchado por ser feliz. Y sigo comprometida con mi felicidad siempre.

S, 28

El 2022 fue un año difícil para mí. Tuve el primer ataque de pánico de mi vida y con él se abrió un mundo de caos por los próximos meses.

Desde ese día pasaron muchas cosas. La ansiedad me llevó a frenar todo lo que estaba haciendo. Entré en una oscuridad terrible, sentía que nadie me entendía, que todo lo que compartía no era escuchado. Me preguntaba qué estaba haciendo con mi vida y por qué era tan difícil disfrutar de lo que tenía en frente.

Luego de ese primer ataque llegaron otros y, con estos, los episodios depresivos. Quería “volver a ser la de antes” con muchísimo anhelo. Nada ayudaba en ese momento y pensé que era más fácil desaparecer.

Sin embargo, me animé a hablar. El susto me hizo reconocer los síntomas de una posible enfermedad mental y, a pesar del miedo al qué dirán, me contacté con un psicólogo que me ayudó a descubrir lo que me estaba pasando.

La terapia fue un soporte incondicional en mi proceso. También lo fueron los grupos de apoyo que encontré gracias a las redes sociales y en los cuales me inscribí para poder desahogarme. Allí escuché varias historias y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que alguien más me podía comprender, que alguien más pasaba por lo mismo que yo.

Pero lo que más me sostuvo en todo este tiempo fue leer cómo otras personas habían superado estos episodios y se encontraban mejor en su día a día. Me aferré a esas historias con la última esperanza que me quedaba y seguí caminando.

Hace 2 años solo podía llorar. Pensaba que nunca más iba a volver a amar la vida con locura como lo hago ahora.

Entendí que el cuerpo habla. No es que nos quiere molestar la existencia como pensaba, el cuerpo habla para salvarnos.

La ansiedad y los episodios depresivos me sacaron de mi gran zona de confort -porque no, no es fácil salir adelante- pero hablar y dejarme ayudar me salvó de que me cueste la vida.

Hoy soy una persona que reconoce sus emociones y todos los días aprendo a gestionarlas un poquito más, y lo más lindo es que puedo decir que me siento feliz y tranquila.

Después de 2 años me dieron de alta de la terapia. Ya no tengo miedo a sentir, me permito a veces llorar y tener días que no son tan buenos, pero siempre con la esperanza de que mañana será mejor.

Quiero contar a otros mi historia porque yo pensé que no tenía salida, pero SÍ LA HAY. ¡VAS A PODER!

Mabel, 28

Tuve depresión desde muy pequeña. Me acuerdo que la primera vez que pensé que me quería morir tenía solo 8 añitos. Le dije a mi mamá esas mismas palabras: “me quiero morir, ya no me gusta vivir”. Ella no supo qué decirme ni cómo reaccionar. ¿Cómo una pequeña que apenas cursaba la primaria ya no quería seguir existiendo?

Y así seguí mucho tiempo solo sobrellevando mi vida. Algunas veces parecía salir de ese pozo y luego volvía a caer. Mientras más pasaba el tiempo, más fuerte era el deseo de desaparecer. Ese mismo sentimiento me llevó a actuar de manera muy impulsiva, metiéndome en situaciones donde me exponía y me ponía en peligro. No valoraba mi vida, no podía, no tenía las herramientas, y así me hice adulta.

Un día me cansé de vivir en la tristeza y decidí que era hora de ya morir o intentar disfrutar la vida que nunca antes disfruté. Así mismo busqué en Google “cómo ser más feliz”, porque no teníamos el dinero para pagar terapia. Empecé con videos de afirmación, luego caí en libros de autoayuda. Pueden decir lo que quieran de esos libros, pero a mí me sacaron de la oscuridad.

Busqué en todos lados a Dios y empecé mi camino espiritual informándome un poco sobre cada religión.

Un día volví a recaer y pensé que todo lo que estaba haciendo era en vano, pero algo había cambiado: ya una voz me decía que era pasajero, que al día siguiente la tristeza desaparecería nuevamente y que solo tenía que seguir un poquito más.

A veces me quedaba sin poder respirar por ataques de pánico, otras me encontraba [contemplando la idea de quitarme la vida], otras veces llorar hasta dormirme me calmaba.

Poco a poco fui encontrando herramientas que me ayudaban a estar cada vez mejor, mental y espiritualmente. No saben todo lo que probé para poder ser feliz un poco más cada día, desde salir al sol a comer mandarinas para producir más serotonina hasta lo más difícil: buscar patrones de pensamiento que alimentaban mi tristeza.

Ahora mismo no puedo decirles que soy la mujer más feliz del mundo, pero sí les puedo decir que disfruto mucho más la vida. Valoro las cosas por más pequeñas que sean, trato de rodearme de gente que valore la vida incluso más que yo para que su energía me contagie y crezca ese agradecimiento por vivir en nosotros.

Ver a mi hijo crecer feliz y yo poder serlo a su lado me da fuerzas para seguir cuando recaigo de nuevo. La vida es un ir y venir. Ahora lo entiendo. Lo acepto. Y nuevamente lo agradezco.

Cecilia, 23

Desde la adolescencia (13 años) tuve pensamientos suicidas y tenía un desequilibrio en mis emociones, pero mis padres nunca dieron hincapié a la salud mental. A medida que fui creciendo, era más notable mis síntomas, hasta que en el año 2022 me retiré de mi trabajo muy temprano porque ya no aguantaba y lo único que quería era morir. Estuve a punto de cometer el acto, pero por alguna razón no fui capaz de concretar.

Ya no podía seguir, era levantarse y sentirse triste, con un vacío intenso, sentirme siempre sola estando con personas, llorar todos los días, dolor de estómago intenso, cambios drásticos en mis emociones y así hasta dormir. Y al siguiente día lo mismo. Ya no podía vivir así.

Hasta que me animé y fui a terapia psicológica y psiquiátrica. No miento que me asustaba un poco el hecho de tomar medicamentos y generar algún tipo de dependencia. Fue un poco difícil adaptarme a los medicamentos, pero a las semanas agarré el ritmo. Fue la decisión más emblemática en mi vida. Es un proceso donde hay muchos altibajos, pero hoy 2024 puedo decir que me siento más plena y tranquila que nunca.

Hace 1 año dejé de tomar medicamentos y, cuando hay cosas que se me complican, voy a terapia. Es súper importante acudir a profesionales de la salud mental, te garantizo que tu vida cambiará completamente como la mía. Aprendí que a cierta edad ya somos responsables de nuestras decisiones y las cosas del pasado las dejamos atrás, porque hasta hoy día podría estar culpando a mis padres por no llevarme a un profesional, pero ya crecí y soy responsable de mí misma. Existen cosas que no podemos cambiar, nos toca aceptar y dejar pasar. Pero nosotros sí podemos cambiar y avanzar para alcanzar una vida plena.

Ahora puedo decir que sí quiero vivir y me siento más que bien.

Lari, 42

Todo se había vuelto paulatinamente más negro a lo largo de un año. Era un poco más fuerte que una crisis de adolescente rebelde. Pasé de querer morirme, a querer que me choque un auto, a querer matarme. Solía sentirme sin esperanza y pensaba en cinco personas que valían la pena y me mantenían con vida.

El día que más cerca estuve, estaba llorando y preparándome para [intentar quitarme la vida por medios que ya había invesigado]. Entró mi hermanita a la pieza, me hice la dormida para que no notara que lloraba. Ella me tapó, cerró la cortina y me dio un beso. Ese gesto me hizo ver que no podía irme y dejarla. Entonces, en vez de [utilizar el método que había elegido], [me acosté a dormir] y tuve la siesta más larga de la vida. Al despertarme, sabía que ya no iba a intentar matarme. Así fue.

Hoy la vida está llena de altibajos y es hermosa, así imperfecta como es.

Gracias a mi psicóloga de ese momento y a todas las psico y psiquiatras que marcaron mi camino. Años después me enteré de que en ese momento estaban evaluando internarme, y que notaron el mini cambio que tuve después de esa crisis, y eso le hizo ver a mi equipo terapéutico que podían esperar un poco, que tal vez podía mejorar.

Que viva la [medicación], que muera el estigma que aleja a la gente de los servicios de salud mental, y que de una vez haya servicios suficientes y acceso universal a la salud mental en todo el país.

Esperanza, 43

Hola 👋 espero que mi historia de vida ayude a más personas que están atravesando diversas situaciones, como yo en su momento las atravesé, y sientan que vale la pena vivir la vida ❤️‍🔥.

Actualmente tengo 43 años. Llevo 10 años reaprendiendo a vivir… creo que toda mi vida me sentí diferente, para no decir un bicho raro 😬😅. Siempre sentí que no encajaba en los estándares de la sociedad y mi familia (creo que hasta el día de hoy sigo sin encajar), solo que aprendí a aceptarme y amarme y, por sobre todo, a valorarme. Es un trabajo diario.

Soy mamá de niñas, ellas fueron mi motor y son mis mayores maestras. Hace 15 años conocí a mi exmarido. No puedo decir que fue un flechazo porque realmente no lo fue, creo que aún sigo esperando ese “flechazo” del que tanto hablan. Estuve casada solo 4 años, llevo divorciada 10. En esos 4 años sufrí un aborto y nacieron mis hijas. Atravesé un duelo por la pérdida de mi bebé que me llevó a sufrir depresión durante 2 años, creo que más incluso.

Me separé de mi exmarido cuando mis hijas eran pequeñas. Él es una persona violenta y, al separarme, terminó de desatarse el infierno. Me sentía juzgada por mi familia y mis amigos por tomar la decisión de separarme. Me encontraba sola con 3 bebés, sin trabajo, sin ayuda para criarlas y, por supuesto, sin ayuda económica ☠️. Atravesé un proceso de divorcio duro, que duró 5 años, en los cuales mi exmarido me violentaba psicológicamente a mí, a mis hijas y a mi familia.

Fui acusada de varias cosas, entre ellas de abuso a mis hijas bebés, de ser adicta y de ejercer violencia hacia mi exmarido (siendo que él era el violento). Durante ese proceso sufrí estrés postraumático, depresión, hubo momentos en qaue veía como una salida sacarme la vida e incluso también la de mis hijas, ya que no existía garantía ni nadie a quien dejarles.

Sufrí físicamente la depresión, tenía ataques de pánico, ataques de ansiedad, contorsión de mis articulaciones, dolores horribles de cabeza, sentirme cansada en todo momento.

Hasta el día de hoy me cuesta tener una pareja. Es cierto que me dedico totalmente a mis hijas, eso hace que me sea más difícil conocer a alguien.

En ese proceso recibí ayuda de un sacerdote (soy católica). Soy una persona de mucha fe. Yo sé que no todos creen en la religión, pero para mí la fe fue lo que me sostuvo y me sostiene en los momentos difíciles. Él me ayudó y me insistió en buscar ayuda psicológica. Hice terapia, mis hijas también. Eso fue lo que me ayudó a sobrellevar la situación tan dura que atravesaba.

Volví a estudiar en la facultad, me recibí, volví a trabajar. No es fácil, pero lo logré. Volví a practicar deportes, a tomarme mis pausas, a saber decir “NO” y a decir “SÍ”.

Soy mamá de dos personas dentro del Trastorno del Espectro Autista 💜💙🦄. Con mis hijas somos un equipo, nos ayudamos. Es cierto que renuncio a muchas cosas como tener una vida social, pero creo que el aceptar lo que puedo y lo que no puedo me ayudó a sobrellevar muchas cosas.

Vivo agotada 😅, pero mirando atrás veo todo lo que fui superando y valoro más la vida. […]

Así como existen días fríos, tormentosos y horribles, luego llegan los días ☀️ bellos que nos llenan de energía y fuerzas.

Tengo muy pocos amigos, poquísimos, pero creo que son los suficientes. A veces siento que voy a caer en ese precipicio oscuro nuevamente, pero sé que es parte de un proceso que vengo sanando y que voy a volver a salir de él.

La vida es bella, no es fácil. Creo que esa es la parte que nos cuesta aceptar: que nada es regalado, nada es rápido, y debemos aceptar que nosotros somos los dueños. Esa aceptación es dolorosa, difícil, muchas veces dura, pero necesaria para continuar, para salir del pozo y disfrutar de los días soleados y los días grises.

Una vez leí que para que llegue la primavera es necesario pasar por el crudo invierno. Lo mismo pasa con la vida: los momentos duros y difíciles son necesarios para formarnos, rompernos y volver a unirnos no como antes, sino diferentes. Y eso es lo bello: que todos somos diferentes.

Les abrazo fuerte y pido por todos ustedes que florezcan después de su crudo invierno 💜💪🦾

Sol, 39

Había salido de una relación tóxica y, por esa razón, pensé en quitarme de en medio.

Lo que me ayudó a no hacerlo fue pensar en la gente que me quiere, en el dolor que sentirían. Y en cuanto pude (15 días después de la crisis), busqué ayuda psicológica y psiquiátrica.

Es crucial contarle a alguien, ya que si esa persona no puede ayudarte mucho, igual puede conocer a alguien que sí.

Ahora pienso qué bueno que no lo hice, porque sé que tengo potencial que usar, y no solo para mí, sino para ayudar a muchos. Así como vos también podés ayudar algún día a alguien contando tu historia mañana.

Acordate: sí podés! Podés triunfar un minuto o podés hacerlo el siguiente.

Y los buenos momentos son muchos más!

Anónimo, 26

Fueron varias las veces que [intenté quitarme la vida] y otras en las que me daba igual si me sucedía algo. Incluso imaginaba que si en ese momento me pasara algo (como morir) sería lindo y por fin iba a descansar.

La primera vez fue a los 7 años (mucho discernimiento no tenía, digamos), la segunda a los 16 años y luego los pensamientos suicidas en varias ocasiones.

Cuando era niña viví en ambientes muy agresivos (física y verbalmente). No socializaba mucho, sentía el pleno abandono de mis padres en todos los aspectos (menos en vivienda y alimentación), pero su indiferencia, violencia y demás cosas eran mi pan de cada día.

Sufría bullying en la escuela, luego tuve problemas alimenticios en el colegio (era un sube y baja de peso constante). Sufría bullying por mi peso, por mi forma de ser y demás.

El no salir mucho a la larga tuvo sus efectos en mi personalidad: no tenía amigos, mi familia no era sana, yo era demasiado introvertida para la sociedad.

Estudié una carrera difícil. En ese tiempo de estudio estuve muy concentrada en la carrera, eso me mantuvo ocupada, más aún que me tocó tener compañeros geniales que se convirtieron en amigos de la vida.

Luego, me recibí y nuevamente la realidad tocó las puertas de mi vida. A los 11 años había sido [abusada sexualmente], luego en mi adultez también […]. Empecé a enfrentar las crisis de la vida adulta, los recuerdos, los traumas, las preguntas serias sobre mi religión y la vida. (Y eso hacía que muchas veces deseara que me ocurra un accidente o morirme de repente).

Llegó el primer trabajo. Me alejé de mi familia, de mi pueblo, de todos, y enfrenté todo sola. Me costó un montón pero seguí y seguí y me di cuenta que fue lo mejor que me pudo pasar.

No sé relatar muy bien las situaciones, fueron muchas, pero antes de empezar mi primer trabajo asistí con una psicóloga en la universidad. Daba atención gratuita y ella me animó bastante; no podía creer que a pesar de todo lo que pasé seguía como una persona normal.

Ninguno de mis amigos, ni parientes ni siquiera mi familia sabe lo que pasé, cómo me siento, mis luchas diarias, mis pensamientos depresivos y demás. Nadie conoce mis luchas internas.

Creo que la clave siempre está en “seguir nomás adelante”. Siempre, siempre, siempre todo mejora, eso le puedo prometer a cualquier persona.

No importa tu condición económica, cómo son las personas a tu alrededor, tu historia, tu pasado. Tenés que perdonar (por vos mismo) a los tuyos y a la vida si no fue justa contigo. Ser caradura con la vida: si no te salió 100 veces, intentalo una vez más.

Siempre hay una oportunidad más, un amanecer más, una comida más, una bebida más, un saludo más, una caricia más.

Algo que me salvó miles de veces y hasta ahora me ayuda a sentir alegría es tener perros y gatos. Los amo con mi ser, ellos son tan distintos a nosotros y tienen su forma de amar. Jamás alguien se arrepintió de tener una mascota.

Y bueno, dentro de poco quiero empezar nuevamente a hacer tratamiento psicológico porque tengo secuelas de las marcas que me dejó la vida.

Sigo viviendo con mucha ansiedad y momentos de depresión (y los problemas alimenticios a veces me persiguen). Pero aún así tengo muchas ganas de amar, de vivir, tengo mucha fe en el futuro, en que algún día cumpliremos unos cuantos sueños y por lo menos intentaremos cumplir los demás.

La vida es cortita, es fugaz, no te apresures, que todos algún día iremos al más allá. Viví hoy, eso te toca hacer.

Mantén la esperanza, porque nuevamente recalco que todo mejora. En mis pocos años ya derramé muchísimas lágrimas, duele no haber tenido una infancia y adolescencia normal. Los daños que viví me dejaron marcas de por vida, pero no serán mis parámetros, no en esta vida.

Así como soy ahora, lograré vivir lo más que pueda y de la manera más plena que pueda. Con ayuda de Dios, poniendo mi parte para seguir y sanar con terapias psicológicas las secuelas del pasado.

Deseo que, sea cual sea tu situación, TE QUEDES. Siempre habrá un cafecito esperando por ti, una sonrisa, unos rayos de sol, un perrito moviendo su colita, un gatito ronroneando, una persona a quien amar y una persona que te ame.

Sea quien sea que esté leyendo este relato, te quiero mucho y deseo que sanes. Estamos juntos en la batalla de la vida, y vinimos a ganar y a vivirla. ♡

Anna, 22

Yo empecé a ir al psicólogo desde los 5 años más o menos, cuando mis papás se separaron. A los 15 empecé medicación con el psiquiatra, pero fue ir y venir con los profesionales porque a mis familiares no les gustaba la idea de que me medique.

Desde los ocho años empecé a tener ideas de que mi presencia no era tan valiosa en la vida de mis familiares, sentía que ellos no me lo demostraban o que muchas veces hasta se burlaban de mí.

Sufrí abuso sexual desde muy chica (…), sin contar relaciones de abuso. Yo todo esto me lo guardé por años y como a los 15 años empecé a somatizar: me dolía el estómago, no podía estar en lugares cerrados, no aguantaba el calor. (…) Comencé a desmayarme. Iba a una parroquia y mis catequistas buscaron todos los medios para que mis familiares me llevaran al hospital. Ahí empecé medicación, tenía 15. (…)

Acá mi mamá empezó a golpearme muy mal mientras tenía mis crisis porque decía que yo estaba fingiendo todo. Tenía relaciones tóxicas porque yo creía que por lo menos esa persona me quería. Estuve en una relación de casi tres años [en la que había violencia física de ambas partes]. Mis pocos amigos se alejaron de mí. [Cuando terminamos me quedé sola]. Vino la pandemia. Empecé [una carrera] en la cual no pude ingresar. Mi papá me retó muchísimo, no pude decirle que me sentía demasiado mal (…). Cambié mi rutina totalmente, no podía salir, y recién había terminado una relación, ni siquiera tenía celular. Volví a hacerme daño.

Mi mamá, que es con quién siempre viví, no era muy buena conmigo tampoco, entonces acudí a mi madrina para pedirle ayuda y me dijo que no tenía vergüenza para ya ser mayor de edad y no irme de mi casa y quejarme de mi mamá. Me dijo que me vaya con mi novio, que conocí en la nueva carrera que estaba haciendo. Esta nueva carrera me desgastaba mucho […].

Tuve una parálisis facial […]. Dejé la carrera en el segundo año (mitad de carrera), me retaron otra vez y culparon a la terapia y al psiquiatra de eso. Igual no dejé de medicarme porque ya era mayor, y yo sola iba al hospital.

Al año siguiente volví a la carrera, pero ya no pude, no estaba bien, y fue ahí donde intenté [suicidarme] tres veces. Mis papás me retaron, estuve sola, terminé también con el novio que tenía entonces. Solo su mamá vino a visitarme y me trajo frutas. Me aumentaron las dosis de mis medicamentos.

Por suerte había wifi, estuve estudiando todo este tiempo por mi cuenta. A mí no me ayudó la terapia, no sé, no conozco ningún psicólogo que me haya ayudado. Igual no pueden hacer milagros, siempre tienen que hablar con mis padres y ellos nunca ponen de su parte. Por el contrario, la medicación sí me ayudó mucho.

Este año me quitaron los antidepresivos y estoy mucho mejor. (…). Empecé a trabajar, y no digo que si estás en depresión tenés que ir a trabajar y todo eso que dicen, solo que a mí me ayudó porque pude salir de mi casa, además de que me llevo muy bien con mi jefa. Trabajo en [un rubro que me encanta], estoy en mi salsa como se dice. Ahora estoy teniendo unos problemas con la facu porque me estoy cambiando de carrera, (…), pero si no resulta este año puedo ver el año que viene, en otra facu (…).

Fabi, 27

Cuando tenía 15, a una semana de cumplir 16, fui abusada por mi ex.

El dolor, el rechazo de mis compañeros y el miedo a mis padres hizo que caiga en una crisis muy fuerte en la que intenté suicidarme en tres ocasiones. Tuve la dicha de que mi familia se dio cuenta a tiempo y pude recibir ayuda.

Algo que me ayudó mucho fue mi familia, porque se dieron cuenta de que no andaba bien y en seguida consiguieron ayuda. También me ayudó el arte, en especial el dibujo y la música que me ayudaron a sacar del alma y del corazón lo que no podía expresar en palabras.

Al sol de hoy no llegué a tener otra crisis así de fuerte, y si bien me dolió lo que me pasó, ya no dejo que me defina.

Al recordar a aquella adolescente siento una profunda compasión y muchas ganas de decirle “Fuerza, chiquita. No estás sola”. Y a todo aquel que lea mi historia le digo, no estás solo/a. Desde acá tenés a alguien que pasó por esa oscuridad y pudo ver la luz.

Esta historia la cuento por vos y por aquellos que no pudieron contar su historia.

Dasha, 18

Empecé con la depresión a los 14 años, en épocas de pandemia, que hizo aún más difícil sobrellevar la situación. Me lastimaba físicamente y tuve varios intentos de [quitarme la vida] porque no encontraba consuelo en nada.

Tuve el privilegio y la suerte de haber recibido atención psicológica y psiquiátrica para salir de ahí. Fue un camino largo, de idas y vueltas, pero lo logré. Aunque a veces vuelvan ese tipo de pensamientos, ya sé cómo sobrellevarlos para que no me afecten como antes, porque en este tiempo de pasar por esto pude darme cuenta de que, por más que las cosas se pongan difíciles, nada es para siempre.

Denisse, 29

Tuve como dos momentos en mi vida en donde me encontré en esta situación límite. Pequeño contexto: siempre tuve problemas de insomnio, me estreso y en automático tengo problemas para dormir o me pongo en modo alerta. En mi infancia tuve muchos momentos de soledad. Soy la más chica de mis hermanos, única nena y como que vivía en este mundo de adultos.

Pasó el tiempo y de repente estaba en la facultad, justamente en Psicología, sin antes haber hecho terapia, y me encontré con mis demonios de frente, mis miedos al abandono, la ansiedad, la depresión, la soledad. Comencé a entrar en el bucle, pensamientos rumiantes, ideaciones por todos lados, hasta lo llegué a planear [el suicidio].

En ese entonces yo tenía una habitación con baño privado, entonces estaba encerrada las 24 hs del día. Comía con suerte una vez al día, encima de eso no dormía y empecé a planear. Un día dije HOY ES, […] Llegó el momento, me encerré en mi baño y [estuve a punto de intentar]. En ese momento algo se reconfiguró en mi cerebro. Mil cosas pasaron por mi mente, pero lo principal fue: “Estoy mal pero no me quiero morir”, y por años seguí mal efectivamente pero esa idea de morir como que se borró por un tiempo.

Para el segundo doy otro contexto: por años viví mucha violencia por parte de uno de mis hermanos mayores, mucho tiempo, venía ebrio y me golpeaba o me buscaba de algún lugar y me terminaba dejando en la calle y volvía caminando sola a mi casa plena madrugada y así. Recuperé la paz cuando hace unos años se mudó a otro país, ahí fue todo más ligero para mí.

Me di cuenta que tenía Estrés Post Traumático cuando me enteré que venía de vacaciones y sentí miedo. Ahí recién tomé valor y fui a terapia, porque ya no era una nena indefensa, tenía miedo de que pase algo y el resultado sea mucho más grave. Hice terapia y fue una paz que nunca sentí en mi vida, ese llanto que te sale desde el estómago, desde el fondo de las entrañas, nunca me voy a olvidar.

Mi hermano vino y es impresionante como es fuerte porque estoy cerca y esa sensación de que en cualquier momento me puede pasar algo es horrible, hasta manejaba tensa cuando tenía que llevarle a algún lugar. La primera vez que vino logré sortearlo y pasar relativamente bien. Mis papás en sí nunca me defendieron tampoco pero todo el tiempo estaban pendientes de alguna explosión. Se fue y todo bien. Al año siguiente volvió de vacaciones, justo un tiempo antes yo estaba empezando a sentirme mal otra vez.

La segunda vez que vino sí fue explosiva, una noche/madrugada llegó a casa (yo estaba un poco ebria) y les vi a mi papá y a mi hermano en el quincho (…) y me fui junto a ellos como para compartir. En eso él me empieza a atacar verbalmente. (…) Como ya había hecho terapia simplemente agarré mis cosas y me fui a mi pieza, pero él me siguió y me empezó a gritar, [la situación escaló] y de un momento a otro yo estaba más sacada que él. Era mi niña herida la que estaba gritando y zapateando hasta mi papá [intervino y me acusó de usar sustancias]. Para ese punto yo ya veía todo negro. Llevaba ya semanas llorando todas las noches, volvieron los pensamientos rumiantes.

Ahí empecé a buscar una salida, a pensar que tenía que irme como sea. Empecé a hablar con amigos y a planear mudarme (yo no tenía trabajo, ni un peso, NADA). Estuve así todo un mes con la planeación, porque era irme [de mi casa] o [quitarme la vida]. Todo el tiempo, todo el día pensaba “me quiero morir”. Llegué a tal punto en que ya no me causaba disgusto tener esas ideas, ahí fue cuando me asusté, cuando ya tenía todo encaminado y faltaba solo mi decisión.

En un momento ya cuando mi hermano se fue, [tuve una discusión fuerte también con mi mamá en la que me acusó de meterme con los amigos de él, que no es verdad]. Ahí fue tipo, listo, me voy de acá.

Lo que sí, después de conversar con varios amigos sobre mi idea de mudarme TODOS, cada uno de ellos me dijo ANDATE, ninguno me dijo quedate, ni uno solo, nadie. “Acá es”, dije, empecé a juntar mis cosas, a planear mi viaje, porque no solo me salí de la casa de mis padres, me mudé de ciudad, así de grande fue la raíz que corté. Me decidí ese día de la conversación con mi mamá que era un martes y un viernes amanecí en [otra ciudad].

La parte dolorosa fue más que nada dejar la facultad porque me estaba yendo increíblemente bien, dejar mis amigos, mi ciudad. […] En eso le pedí auxilio a mi psicóloga, ella maravillosa respondió mi SOS con un amor feroz, siempre le voy a estar agradecida por lo que hizo, por todo lo que hizo por mí.

Ahí empezó el renacer, fue horroroso, lloraba casi las 24 hs del día, estaba sola la mayor parte del día y sobre eso en terapia, fue un mes que sufrí como un perro, sufrí tanto tantísimo para recuperar mi vida, pero me reorganicé, mejoré con terapia. [Monitoreábamos mi ideación suicida y las sesiones eran casi diarias].

Para este punto solo hablaba con mi papá, él me llamaba, me preguntaba cómo estaba, me mandaba plata incluso, todo bien, siempre fui más cercana a él, pero con mi mamá no, ella es más dura. Igual tampoco estaba ya enojada con ellos, gracias a una frase que me dijo también mi psicóloga: «Quizá no era la forma pero sí el momento”. Ahí ENTENDÍ TODO y fue un impulso para arriba a renacer.

Pasó el tiempo, conseguí trabajo, hace un año que ya estoy en [esta ciudad]. También hace un año que estoy en mi trabajo, en un mes salgo de vacaciones y así, de vez en cuando el impostor aparece pero miro atrás y digo «NO MI REY» y se me pasa.

Tuve que darme cuenta a la mala (irónicamente) de lo capaz que era, lo independiente, lo preparada que en realidad estaba para la “vida” y por sobre todo lo fuerte y valiente. También darme cuenta de la cantidad de personas maravillosas que tenía a mi alrededor, que no sabía que estaban ahí, cómo el universo conspiró y sigue conspirando a mi favor 🥹❤️.

Patricia, 37

La primera crisis fue en la pandemia. Lo que me ayudó fue escribir a mi psicóloga y contarle lo que me estaba pasando, lo que estaba pensando, y ella supo contenerme. No fue una crisis muy fuerte, pero fue la primera vez y me asustó mucho. Realmente, mientras estaba en proceso de terapia, enseguida pude canalizarlo escribiendo a mi psicóloga y con su ayuda.

La segunda vez sí fue muy intensa, y estaba pasando por momentos muy críticos en mi vida, pero siempre continuando con psicoterapia, incluso con tratamiento psiquiátrico. También le escribí a mi psicóloga y pudo ayudarme en ese momento.

Y la tercera crisis fue intensa, pero yo sola pude contenerme. Agarré hielo, me puse en el cuello y me moojé la cara con agua fría, salí afuera a tomar aire, y esa tarde pedí a mi familia poder quedarme sola, necesitaba silencio. (No sé si siempre es lo mejor quedarse sola, pero en ese momento era lo que necesitaba).

Lo que siempre me mantuvo a flote realmente fue mantener activa la psicoterapia. Ahora, escribiendo y recordando, dimensiono lo intenso que fue y cómo, de verdad, teniendo una red de apoyo profesional, pude vencer y salir adelante de esas crisis.

Laespe, 28

En 2021, pasé por una depresión con crisis suicida con comorbilidad de trastorno de pánico. Soy profesional de salud mental, todo empezó cuando estaba ejerciendo la práctica. Me exigía mucho, quería hacer todo perfecto con mis pacientes. Me saturé, empecé a dudar de la profesión, quería abandonar todo. Me sentí en un pozo, si no era psicóloga, no sabía a que me iba a dedicar. Me desesperé, porque si no trabajaba no iba a tener ingresos. Pero ya no tenia fuerza para ejercer la profesión. Solo quería acostarme, que pasen los días, no veía la salida a lo que me pasaba. Me acostaba horas y horas, apenas hacía frente al día. Decidí pedir ayuda, empecé terapia con medicación psiquiátrica. Deje de atender pacientes por semanas. No tenía muchas esperanzas, sentía que nada iba a cambiar. Pensaba que quería morir, que quería empezar en otra vida. Pasaron dos meses con el tratamiento, y de a poco, mi psicóloga me empezó a debatir mis ideas. Y hubo un pensamiento que me salvó: «Ahora no tengo la respuesta, pero TODO PASA. Nada es eterno, como sea, en algún momento estaré mejor. No hay mal que dure cien años». Y empecé a mejorar, a priorizar mi autocuidado. Empecé nuevamente a atender, pocos pacientes, pero empecé. Con la ayuda de mi terapeuta, debatimos mis creencias de perfeccionismo y exigencias. Me iba sintiendo mucho mejor, solté la culpa, el exigirme tanto y todo cambié. De a poco, sentía que volvía a vivir. Me gustaba de nuevo comer mi hamburguesa favorita, salir con amigos, caminar, arreglarme. Mi vida se llenaba de propósito. Hoy he crecido muchisimo, sigo ejerciendo la profesión, he ayudado y sigo ayudando a muchisimas personas. Me siento mucho mejor, no tengo miedo de volver a caer, porque se que siempre encontraré el camino. La vida no es fácil, pero vivir tiene su magia.
Siempre hay un camino, aunque hoy no lo creas. No te encierres a tu dolor, encuentra personas que te acompañen. Encuentra un propósito. Pide ayuda, tu salud mental es importante. Vales mucho, por favor quedate en este mundo, hay mucho aún por vivir.

Ruben’s, 29

Mi primera crisis suicida fue a los 17 años, cuando iba al último año de bachiller. [Intenté quitarme la vida] y estuve totalmente embotado durante tres días, y mi familia no se había dado cuenta de eso ni de mi estado emocional.

Cuando cursaba el segundo año de la universidad tenía pensamientos suicidas todos los días y con planificación para hacerlo, pero asistí junto a una estudiante de psicología de la universidad y me recomendó ir junto a una psiquiatra. En el momento en que fui, les conté todos mis síntomas y experiencias y fui diagnosticado con trastorno bipolar tipo 1.

A los 22 tuve mi segundo intento […]. Mi madre me encontró inconsciente […] y me llevaron a urgencias del hospital. Ahí volví a retomar mis terapias con la psiquiatra y la psicóloga para reiniciar un tratamiento psicológico y de medicamentos.

A los 25 volví a intentar suicidarme […], pero no tuvo el efecto que deseaba. Una vez más me cambiaron la medicación y reforzaron mi psicoterapia, haciéndola una vez a la semana durante seis meses. En esos seis meses tuve episodios depresivos y de manía, también me autolesionaba […], hasta que empecé a recuperarme.

La última vez fue a los 28, hace un año, […]. Me trasladaron a urgencias y estuve bajo vigilancia toda la noche. Hace un mes me dieron otro diagnóstico: Trastorno Obsesivo Compulsivo de verificación, simetría y de números impares.

Ahora estoy con mi tratamiento y me siento mejor cada día, afrontándolo de manera más positiva con ayuda de familiares y amigos. Vivo el día a día y, con ese pensamiento, me va mejor.

Solo quiero decirles a quienes estén pasando por este tipo de cosas que no están solos. Existen personas que estudiaron durante años para ayudarlos a mejorar y prevenir este tipo de situaciones. No es nada malo pedir ayuda y decir «no puedo más», es más, todos tenemos un límite, pero debemos buscar a quien nos pueda ayudar, ya sean profesionales, amigos o la familia. No están solos, merecen estar bien, merecen mejores cosas, mejor vida. Hay mucho por lo cual pelear y vivir, muchas metas que cumplir y sueños que realizar; muchos lugares para visitar y personas con quienes compartir.

Si te duele el alma y sientes que ya no puedes más, pide ayuda: pinta, canta, baila, toca algún instrumento, aprende nuevas cosas y verás de lo que eres capaz. Lo dice alguien que durante mucho tiempo se odiaba a sí mismo, pero que aprendió que siempre hay esperanza. ¡Ánimo!

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